Reparto: Geoffrey Rush, Jim Sturgess, Sylvia Hoeks, Donald
Sutherland, Philip Jackson, Dermot Crowley, Liya Kebede, Kiruna Stamell
Valoración: 9 / 10
RETRATOS
DE UNA OBSESIÓN
Por Lucía Pérez García
Rafael,
Tizziano, Rembrandt, Rubens, Rossetti,
Modigliani…un hombre y sus pinceles. El artista, su habilidad, su
gracia, su genio. ¿Y la mujer? Si el hombre es artista, la mujer es propiamente
arte, esencialmente arte, arte en todos los sentidos. Del hombre conocemos su
nombre y sus manos. De la mujer, su rostro y su alma. En el hombre está la
obsesión. En la mujer, lo deseado. Sin ella el hombre, simplemente, no es.
Necesita su compañía. Necesita contemplar su belleza. Necesita sentir el arte
que desprende su mirada. Si no está, se desmorona. Porque el hombre no puede
vivir sin el arte.
Muchos
discutirán el papel de la mujer en el arte. Pero solo hay que mirar con un poco
de atención para percatarse de que, aunque económica y socialmente no haya
podido vivir de dicha actividad, el arte se ha alimentado física y
espiritualmente de su persona. En sus curvas encontraron los artistas su
camino, el color se recreó en la blancura de su piel, sus cabellos inspiraron
los soplidos del viento, y su mirada, como su sonrisa, hipnotizó al mundo. Hay
excepciones, cierto es: los griegos tenían el ideal en el cuerpo masculino,
pero el amor y la belleza estaban encarnados en Afrodita; también Miguel Ángel
prefería las formas masculinas y su terribilitat,
sin embargo esculpió en su Piedad una
de las vírgenes más bellas. Y es que la excepción siempre confirma la regla.
Pero esta
obsesión no es propiedad exclusiva del artista, sino de todo aquel que ha sido
dotado con un poco de sensibilidad. Y si a esta sensibilidad se le suman el
ansia, la manía, la competitividad, la introspección, la posesión y el deseo
propios del coleccionista, se convierte en un laberinto sin salida. Un
laberinto que, en el caso de Virgil Oldman (Geoffrey Rush), se materializa en
una casa estilo White cube y una
habitación secreta a modo de gabinete artístico. Allí, enfundado en unos
guantes que lo aíslan de cualquier contacto con un mundo que no entiende o que,
simplemente, le asusta, puede sumergirse en la contemplación casi mística de
esas mujeres que tanto encandilaron a los hombres de todas las épocas. Solo él
puede tenerlas a todas, y esa posesión le extasía. Pero en una posesión falsa.
Pues el arte, aunque llene, siempre deja un hueco a la realidad. Un hueco que
si queda vacío, termina engañándonos. Aunque al fin y al cabo, ¿no es el engaño
parte del arte? Es más, ¿No fue Eva la que engañó a Adán?
Tornattore
vuelve a mostrarnos el arte desde su sensible perspectiva. Primero nos enseñó
el cine (Cinema Paradiso), luego la
música (La leyenda del pianista en el
océano) y ahora las artes plásticas. No es algo nuevo, pues, en su
filmografía. Es un tema, el del arte,
que parece emocionarle y con el que quiere emocionarnos a nosotros.
Y como el arte
es universal, también lo es esta película, de nacimiento y nombre italiano, pero
con familia e idioma internacional: el australiano Geoffrey Rush (Shine, Piratas del Caribe), el inglés
Jim Sturgess (Across de Universe, One
day, Un amor entre dos mundos) y el canadiense Donald Sutherland (Gente corriente, The italian job) o la holandesa
Sylvia Hoeks (The storm), sin olvidar
las notas de uno de los más importantes compositores del cine, el italiano
Ennio Morricone (La muerte tenía una
precio, hasta que llegó su hora, Cinema Paradiso, La misión [de todas, mi preferida La misión. Ennio Morricone]). Algo así como las grandes
producciones españolas tipo Los otros,
Ágora o Lo imposible, pero en versión itálica. Generalmente estas películas
funcionan en taquilla. O al menos en España. Espero que en esta ocasión ocurra
lo mismo y los espectadores se acerquen un poco más en el mundo del arte,
aunque sea de una forma “engañosa”.
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