Reparto: Philip Seymour Hoffman, Amy Ryan, John Ortiz,
Elizabeth Rodriguez, Richard Petrocelli, Thomas McCarthy, Daphne Rubin-Vega,
Lola Glaudini, Toshiko Onizawa.
Valoración: 3 sobre 5
PHILLIP SEYMOUR HOFFMAN NOS PIDE ‘UNA CITA PARA EL VERANO'
Por Lucía Pérez García
La sombra de Phillip Seymour
Hoffman, además de grande, es alargada. Seis meses después de su muerte,
aún nos sigue regalando su presencia en la gran pantalla, aunque sea
con pequeñas historias como ‘Una Cita Para el Verano’, donde, además de
actuar, se atreve a ponerse detrás de las cámaras, adaptando al cine la
obra de Broadway de Robert Glaudini.
Bajo un cartel de aires impresionistas se esconde una historia entre la
emotividad de ‘Marty’ (Delbert Mann, 1956) y los dramas realistas de
Tennessee Williams. El Jack de Seymour Hoffman, como el carnicero de
Ernest Borgnine, es un tipo tímido, solitario, grandote y de buen
corazón al que sus amigos empujan a buscar el amor. Éstos le presentan a
Connie (Amy Ryan), otra alma retraída y apocada. Ambos conectarán al
momento, no obstante, su carácter les llevará a construir su relación a
pasitos cortos, lentos, pero seguros. Mientras, sus amigos, el
matrimonio formado por Clyde (John Órtiz) y Lucy (Elizabeth Rodríguez),
seguirán el camino contrario, conformando un drama a la inversa en el
que el desgaste de una larga relación, los celos, la traición, la
impotencia y el fracaso minarán la ilusión y la esperanza de la nueva
pareja a la que acaban de presentar, que se verá obligada a contemplar
desde fuera el deterioro del amor a largo plazo.
Película pequeña sin más pretensión que la de contar una historia.
Con ligero regusto a cine independiente y gran sabor a teatro en casi
todos sus planos, destaca, sobre todo, por los pequeños detalles, las
actuaciones y la excelente construcción de los personajes. La timidez y
el miedo que descubren las miradas y los gestos de Jack y Connie llenan
por sí solas la hora y media de metraje. No hace falta más. La felicidad
incipiente, la buena disposición (clases de natación y cocina incluidas
para sorprender a Connie) y la comprensión hacia el otro, y la espera
impaciente del buen tiempo (literal y metafóricamente hablado),
conforman el centro de una historia de amor y aprendizaje que, si bien
no termina de emocionar y deja una sensación algo amarga, te invita a
dar un paseo en barca por el lago del optimismo, siempre presente , si
lo buscas, hasta en el más triste de los dramas.
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