lunes, 25 de marzo de 2013

# Eddie Redmayne # musical

CRÍTICA LOS MISERABLES (2012)

LOS MISERABLES (2012), 
Director: Tom Hooper
Reparto: Hugh Jackman, Russell Crowe, Anne Hathaway, Amanda Seyfried, Eddie Redmayne, Samantha Barks, Helena Bonhan Carter, Sacha Baron Cohen, Aaron Tveit, Isabelle Allen.

Valoración: 10 / 10

LA DIGNIDAD DE LA MISERIA
Por Lucía Pérez García

Pocas veces una película tan larga se hace tan corta y deja tanta huella, y más aún, una película donde todo lo que ocurre es desgraciado, triste y miserable; no dejando espacio a la más diminuta alegría. ¿Qué es entonces lo que hace vibrar el alma del espectador? La dignidad, sin duda Porque la miseria también puede ser digna.

Tom Hooper, con varios Oscar en su haber gracias a El discurso del rey (2010), incluyendo mejor película y  mejor director, se atreve a llevar una vez más al cine (pese a lo complicado de la adaptación de una obra tan extensa) la novela de Victor Hugo, cuya versión musical, adaptada por los compositores franceses Alain Boubill y Claude-Michel Schönberg, ha recorrido los escenarios teatrales de todo el mundo con gran éxito desde su estreno en Londres en 1980, generando millones de fans incodicionales.

A algunos, sobre todo los detractores del género musical, les resultará insoportable verse obligados a pasar más de dos horas y media escuchando canciones,  leyendo subtítulos y viendo primeros planos. Sin embargo, es precisamente esto lo que hace tan especial a la película lo cual, por otra parte, no es ninguna novedad, pues los mismos recursos los utilizó Carol Reed en su Oliver! allá por 1968; otro musical inolvidable.

Es de alabar el trabajo agotador de los actores al verse amenazados una y otra vez por el objetivo de la cámara, cuya cercanía no permite descanso alguno a la intensidad de las emociones y las expresiones. Y si a ello le unimos el hecho de tener que cantar en directo, el mérito se multiplica. Mención especial al respecto merece Anne Hathaway, cuya grandeza podría medirse en lágrimas por minuto. Aunque en las primeras escenas se muestra, quizás, algo dudosa y artificial, se va creciendo hasta convertirse, literalmente, en el alma de la película. El resto del reparto no desmerece en absoluto, con un inconmensurable Hug Jackman, un siemrpe imponente Russell Crowe o unos emotivos Eddie Redmayne y Samantha Barks.


El ambiente está bastante bien conseguido. Y, gracias a una excelente fotografía a cargo de Danny Cohen, quien ya trabajara con Hooper en El discurso del rey;  y unas no menos sobresalientes dirección artística y diseño de vestuario (llevado por el español Paco Delgado) las imágenes nos transportan a ese mundo en plena revolución. Un mundo sucio y agobiante, y no por ello menos bello, donde los colores rojo, azul y blanco de la “libertad, igualdad y fraternidad” intentan hacerse un sitio en una sociedad desfragmentada y polvorienta.
Pero el punto fuerte, algo que no ocurre con todos los musicales, son precisamente la música y las canciones. Las interpretaciones no desmerecen en ningún momento. Cierto es que muchos de los actores ya tenían alguna experiencia en este terreno, como Hugh Jackman (La Bella y la Bestia o The boy From Oz) o Russell Crowe, quien incluso tiene una banda de Rock; pero aquí parecen crecerse, superando con éxito los momentos de mayor dificultad en los cuales, más que sacrificar la voz por la interpretación, hacen de la interpretación una triste melodía. Al salir de la sala, resulta imposible sacarse las canciones de la cabeza.

No hay un momento de descanso para los sentidos desde que aparece la primera imagen: el ojo tiene que recorrer la pantalla desesperado para no perder detalle, el oído tiene que estar atento a cada  nota, se respira olor a podredumbre humana, la boca se llena del regusto amargo de la miseria y ello, unido a la brutal cercanía de los personajes, que llegan a tocarnos el corazón, haciéndonos sentir su tacto; anula tu consciencia del mundo de tal manera que, al encenderse las luces de la sala parece que has despertado del sueño más intenso. Te quedas vacío, casi agotado, pero entera y absolutamente encandilado. 

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