Valoración: 10 / 10
AÚN SIGO NADANDO, NADANDO, NADANDO...
Por P. Sherman, C/ Walaby
42, Sidney...perdón: por Lucía Pérez García
¿Puede haber algo más feliz? Creo que junto a La sirenita y El rey león es la película que más veces he visto, y que seguiré
viendo sin cansarme una y otra, y otra, y otra vez…y así hasta el infinito y
más allá. En mi vida hay un antes y un después de Buscando Nemo, ambos unidos
por un Hakuna Matata omnipresente.
Mi historia empieza mucho antes de Hércules, muchos eones
atrás…desde el día en el que al mundo llegué y me cegó el brillo del sol, miré
donde otros solo veían y alcancé mis sueños. Cuando quería volar, solo tenía
que pensar en algo encantador, subir en mi alfombra mágica y recitar las
palabras ¡Salacadula chachicomula bibidy babidy bu! Solo entonces podía cabalgar por las nubes hacia mi mundo ideal,
hacía el país de Nunca Jamás. No importaba la distancia, lo que realmente
importaba era descubrir colores en el viento. Todo era viscoso pero sabroso. Se
escuchaban canciones que hacían suspirar. No había nadie como yo, tan fuerte y
tan veloz. Era libre para hacer mi ley,
libre para ser el rey…perdón, la reina. Quería ser un gato jazz, el más mono
rey del swin, practicar escalas y arpegios y…¡arriki tiki tiki! Era como un oso
dichoso y feliz para el que las abejas zumbantes fabricaban miel en exclusiva.
Mi mundo era perfecto en su quietud, todo estaba en su lugar.
Pero un día me di cuenta de que la vida bajo el mar era mejor
que el mundo de aquí arriba. Descubrí que en otros lados las algas eran más
verdes y me sumergí bajo el mar. Nadé, nadé y seguí nadando, nadando, nadando.
Buscaba lo más vital, lo que era necesidad, no más, y me olvidé de las
preocupaciones.
Mío, mío, mío. El gran océano era todo mío. Me enganché a la
corriente australiana del este, no sin antes comprobar si había una medusa en
mi bota, y me dejé llevar. Conocí al gran tiburón Bruce, que me enseñó que los
peces eran amigos, no comida, y me invitó a un festín, gran festín, a un
banquete de postín a base de algas, corales y esponjas. Conocí a un grupo de
tortugas hippies surferas. Conocí a Dori, que me enseñó a
haaaaaaaaaaaaaaaaaauuublaaaaaaaaaaaaaaaaaouaaaaa balleeeenooooooouuuu y a
apreciar los pequeños detalles. Y conocí a Marlin, un asustadizo pez payaso que
había recorrido los siete mares buscando a su hijo Nemo. Era un don nadie, pero
se convirtió en un héroe verdadero. De cero a héroe en un pis pas. Había nacido
una estrella más, una estrella del mar. Los últimos en incorporarse al grupo
fueron Nemo y un grupo de pececillos acuariófilos que navegaban en sus respectivas bolsitas de plástico impermeables.
Desde entonces, cuando estaba con mis amigas y alguna preguntaba:
quilla ¿qué vamos a hacer hoy? La respuesta no era: no sé che, ¿Tú qué quieres
hacer? Sino que directamente alguien decía: ¡ver Buscando a Nemo! Y allá que íbamos a respanchingarnos en el sillón
para disfrutar por enésima vez de la película. Ya nos sabíamos de memoria los
diálogos, pero daba igual. La felicidad, como Dori, parecía no tener memoria, y
volvía con cada sesión peliculera como si fuera la primera.
Ahora Nemo regresa al cine, esta vez en 3D. Volver a verla
es una oferta que no sé si podré rechazar, porqué la tentación vive arriba y me
llama continuamente. Pero yo me quedo con la versión original. No me hace falta
el 3D para pegarme un chapuzón de lo más refrescante y sobre todo,
infinitamente FELIZ, FELIZ, REQUETEFELIZ.
PD: si no entiendes mi crítica, es que te hace falta una
buena dosis de cine Disney. Ya estás tardando
demasiado: La Cenicienta, Los
aristogatos, El libro de la selva, La sirenita, La Bella y la Bestia,
Pocahontas, El rey león, Hércules, Toy Story…y por supuesto, Buscando a Nemo.
PD2: Proximamente también buscaremos a Dori
No hay comentarios:
Publicar un comentario