sábado, 30 de marzo de 2013

CRÍTICA IVÁN LAGARES


EXPOSICIÓN DE PINTURA DE IVÁN LAGARES, CC METROMAR (2013)
 

UN VIAJE SURREALISTA POR LAS IMPROVISACIONES DE UN ARTISTA IMPROVISADO
Por Lucía Pérez García

Seguramente ahora la palabra improvisación les suene algo así como a chino mandarín. Y digo chino mandarín porque es el chino más feliz de cuantos dialectos puedan existir en la China. A mí siempre me ha sonado un poco como una campanilla. Y una campana es precisamente lo que le ha sonado a Iván Lagares, el cual parece haber cogido el tren de la creatividad hacia ninguna parte; un tren que no es un AVE, ni mucho menos, porque los trenes de alta velocidad no llevan campanas, sino una locomotora de vapor, de esas a las que no les importaba la contaminación ambiental, como tampoco a Iván le importa lo que pueda pensar la gente. Piensen ustedes lo que quieran. Fue su despedida antes de coger el tren. Que yo, igualmente, disfrutaré del viaje. Entonces fue cuando sonó la campana y todos aquellos que no quisieron emprender el viaje se quedaron en tierra, tristes y aburridos.
Yo fui la primera en comprar el billete, pues si lo adquirías con antelación te daban opción a una visita guiada a cada ciudad donde hubiera una estación y el tren hiciera parada. No lo dudé ni un momento. Era mi oportunidad de conocer otros mundos diferentes e introducirme en la más surrealista de las experiencias: la experiencia de la improvisación.
Antes de nada, dejé mi equipaje en uno de los estantes del vagón, deshaciéndome así de toda la carga superflua que pudiera llevar encima. Para este viaje solo necesitaba un poco de yo misma, un pedazo de otra cosa y una pizca de no sé qué. El resto era totalmente innecesario. Sin embargo, no quise dejarlo en casa, ya que de una u otra manera, siempre terminaba necesitándolo.
Sonó de nuevo la campanilla. Habíamos llegado a la primera estación. Los brillos del cristal de la ventana no me dejaban apreciar bien lo que había fuera, o dentro, no sé. Así que, sin dudar un momento, salí a ver qué era lo que me deparaba aquella misteriosa parada.
En la estación colgaba un cartel donde estaba escrita la palabra  stratosphere. En seguida me introduje en un mundo extrañamente colorido, ventoso, movido y con cierto tufillo a óleo. Era como un mundo meteorológico, daltónico y algo mounstroso. Era realmente inquietante.  El guía me invitó a dar un paseo por aquel paisaje rocambolesco y yo le hice caso, porque para eso había pagado mi billete con antelación. Aquella naturaleza sinuosa y oscura que parecía estar deshabitada resultó ser un merendero. Y como todo merendero, estaba repleto de domingueros provistos de manteles de cuadros y cestas de mimbre esperando ser saqueadas por algún pariente lejano del oso Yogui. Y cuál  fue mi sorpresa al comprobar que uno de esos grupos ociosos estaba formado por Munch, Van Gogh, Max Ernst y otros pintores los cuales, pesar de la baja  temperatura y de que el cielo amenazaba lluvia, disfrutaban de su merendola con gran regocijo. ¡Qué locura! Pensé. Pero lo cierto era que me hubiera encantado unirme a ellos.

La segunda parada tardo bastante tiempo en llegar. Cuando tocó la campanilla apareció en el vagón una extraña señora con uniforme de azafata, acompañada de una criaturilla en miniatura que parecía salida de un anuncio de compresas sin alas, ya que era de todo menos voladora. La supuesta azafata era un híbrido entre una máscara africana y   un retrato expresionista salido directamente de un bombardeo de la Segunda Guerra Mundial.  Derrepente se puso a hacer gestos extravagantes, como si quisiera decirnos algo, pero la que en realidad hablaba era la pequeña menstruación que habitaba en su hombro. Fue un rato totalmente difuso e inconexo, que terminó con el regalo por parte de la mujer de un bonito jarrón de flores que pasó a decorar el vagón del tren. Para combatir la contaminación, dijo. Y se fue.

La tercera parada me dio tanto miedo que me quedé paralizada en mi asiento y me negué a salir. Por la ventana, entre los brillos y reflejos del cristal, vi un gran robot del ciberespacio que se acercaba a gran velocidad hacia nosotros. Era tan rápido su paso que ni siquiera se le escuchó llegar. Cuando estuvo cerca, pude ver que  guardaba gran parecido con una figura futurista. Entonces comprendí el porqué de su velocidad. Al final resultó que era inofensivo. Tan solo quería preguntarnos si veníamos desde muy lejos. Qué alivio. Una vez satisfecho con la respuesta, se volvió tan rápido como había venido.

Muchas otras estaciones recorrimos durante el trayecto. Tantas y tan pintorescas que me sería imposible describirlas sin volverme loca en el intento. Solo podría decir que tenían todas algo en común. Como si perteneciesen a un mismo mundo. Esos colores intensos, esos vacíos que llenaban el espacio como si de otro espacio se tratase, fantásticas criaturas mitad mounstro, mitad mounstro también; carteles con palabras indescifrables que le hacían a uno preguntarse quién las habría escrito y por qué razón…todo era tan…tan improvisado, que se diría que hace un segundo aun no existía.

Se acercaba el final del trayecto. Pasaron entonces los recolectores de billetes para asegurarse de que ninguno de los pasajeros nos habíamos colado en el tren sin pagar. Yo estaba tranquila porque era una viajera honrada. Pero, así como quien no quiere la cosa, el hombre que se sentaba a mi lado disparó contra una de las pequeñas recolectoras de tickets, acertándole en toda la cabeza. El inocente bichito se dio la vuelta aturdido y continuó con su tarea como buena trabajador. Y el hombre, con toda la parsimonia del mundo, regresó a su asiento y se durmió. En uno de los ronquidos vi salir espantado a Pepito Grillo de su gran bocaza abierta.
Al fin llegamos a nuestro destino, que no era otro que el principio del viaje. Volvimos, pues, a la realidad, la cual se me antojaba un tanto monótona después de todas aquellas experiencias vividas.
Antes de apearme den tren quise despedirme del guía. Su nombre era Iván Lagares. Aunque casi no lo vi en todo el viaje, ya que tan solo nos dio unas leves explicaciones de cómo afrontar la aventura, dejándonos pulular a nuestro libre albedrío por aquellos mundos paralelos, le estaba muy agradecida. Le di, pues, mis más sinceras congratulaciones por el viaje caleidoscópico y chiripitiflautico en el que nos había embarcado. Recogí mi equipaje y volví al mundo.
Mientras caminaba de regreso a casa iba pensando en todo lo que había visto. Mi conciencia me interrogaba sobre cada detalle de ese universo circunnavegante y archicamaleónico. Por un instante, sentí una iluminación, sino divina, al menos, terráquea. Llegué a la conclusión de que aquel sospechoso guía no era otro que el creador de esas criaturas. Alguien que sin pensarlo demasiado, agarraba el pincel y daba entera libertad a su imaginación, supliendo la inexperiencia con una gran capacidad de improvisación. Simplemente se divertía y quería transmitir esa alegre pasión que sentía al mancharse las manos de pintura e impregnarse del farragoso olor a óleo. El resto lo deja en nuestras manos.
Piensen ustedes lo que quieran. Él, ha disfrutado del viaje.
Hasta el 21 de Abril
Correo de Iván Lagares para cualquier consulta: iv_anco@hotmail.es

1 comentario:

  1. Gracias Lucía por aclarármelo.
    Desde hace unos días, pensé que se me había perdido el juicio por alguno de los muchos lugares que pateo.
    Ahora entiendo que subí a un tren, viví coloridas improvisaciones, y al final del trayecto otra vez el inicio, pero con otra visión de la belleza. ¿Cómo te diría yo?... Más fértil, más atrevida, más nueva, más imprevista, más Lorquiana, más Ivanquiana. Eso es: más Ivanquiana.
    Perfecto. Aunque ya sea otro, mi débil juicio aún me sigue.

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