Por Lucía Pérez García
Fabricado en el laboratorio de fantasías de Roald Dahl y remodelado en los estudios fantastimirables de Spielberg, bajo la pluma de la fantastibulosa Melissa Mathison, mi amigo el gigante (El gigante bonachón del título original del cuento) ha robado los rasgos amabilidosos y la voz de Mark Rylance (prometedorescas colaboraciones a la vista) y las orejototas de Dumbo para hacernos soñar a todos.
El tema de los sueños es bastante complicoso. Ya lo decía nuestro amigo en el cuento. No quieras comprenderlos. Lo que para unos es un sueño estrafafalarioso y cochinibundo, para otros puede ser el más cachipuchi de todos. El jorobanoches más perroapestoso puede ser, según como se mire, un felicissimus doratus disfrazado, de los que dan miedo de noche y risa de día. Un mundo, pues, enrevesicumplicado que cada uno entenderá a su manera. Y como película hecha de sueños, Mi amigo el gigante es a veces simple y a veces dificultosa. Tanto que yo vi una cosa y mi hermana -vecina de butaca- otra. Dos sueños, o más, en uno. A gusto del consumidor. Spielberg, mi más admirado y querido compañero nuncajamasiano, sabe bien lo que sueña y como hacernos soñar. Depende de nosotros amanecer más o menos felices.
Mi despertar fue nebuloso. De esos que no sabes bien si has soñado, si has soñado que soñabas o si has dormido como un tronco. Lo único que recuerdo a la perfección son las huellas que el director de la gorra me iba dejando por el camino: un pepinasco asqueroso, pringoso y con cosas alargadas meneosas y ondulantes, una niña a modo de batidora en un coche, dos deditos amigos juntándose… no era Roald Dahl el que me lo contaba (ni Tim Burton, ni Danny DeVito). Era el mismo Spielberg. Sin duda. Eso lo recuerdo como si lo hubiera vivido. Porque no era uno de esos sueños que parecen hechos por ordenador. A partir de ahí todo eran palabrejas rimbombantes que hacían del sueño una cosa taratatamunda. Aunque de alguna forma, inmensamente feliz en su ingenioso lenguaje: risosamente infantil y alegrosamente disparatoso para los que aun quieren volar pensando en algo encantador.
No es estrafalarioso ni superenormesco en intenciones. Pero tampoco es la mezcla que merece un sueño en su justa medida de ensoñación. Como el cuento original, no te deja tiritihelado de emoción. No es la mejor historia de Dahl (James y el melocotón gigante, Charlie y la fábrica de chocolate, Matilda) y sus múltiples moralejas (respeto a las diferencias, importancia de la amistad, valor frente a los obstáculos, creer sin ver, desechar la maldad del ser humano, no hay que imitar a los que obran mal…), escondidas en las páginas centrales en lugar de vomitarse al final, quedan más escondidas aun en su paso de gigante a la gran pantalla cinefilesca. Aunque si escuchas con orejas de gigante, verás que está todo. Párrafo por párrafo. Todo bien empaquetadito al estilo bienintencionoso, bonachonesco e infantiliroso de Spielberg. No el mejor, desde luego, pero Spielberg de principio a fin. Y un poco de Spielberg siempre es mejor que un mucho de cualquiera.
¿Olvidábamos a nuestro amigo John Williams? Nunca. Dato importantibilísimo y destacador. Ha vuelto. No como un gigante gigantonsísimo, pero si como el gigante que ya es, y que siempre será junto al cine de Mr. Steven.
Valoración: 6.5 / 10
MI AMIGO EL GIGANTE, “THE BFG” (2016)
Director: Steven Spielberg
Reparto: Mark Rylance, Ruby Barnhill, Penelope Wilton, Jemaine Clement, Rebecca Hall, Bill Hader, Rafe Spall, Adam Godley, Matt Frewer, Ólafur Darri Ólafsson, Haig Sutherland, Michael Adamthwaite
Género: Fantasía, cuentos.
Duración: 117 min.
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