Por Lucía Pérez García
“Este es un momento de alegría y quiero besarlos a todos […] me siento saltando a un mar de felicidad”. Así se sentía Roberto Benigni al recoger su Oscar a Mejor película extranjera. Alegría, besos y felicidad, palabras que poco tenían que ver con la guerra hasta que llegó el director italiano y su eterna misión de sacarnos una sonrisa. Desde entonces, la vida es un poco más bella.
Ver esta película exige ser un niño. Jugar e imaginar. Ver solo lo positivo, la ilusión. Esconderse del horror. Apartar la mirada y negar la palabra a todo lo que hace sufrir. Solo así seremos capaces de conseguir los 1000 puntos necesarios para ganar nuestro tanque particular. Un instrumento de guerra que, contagiado de magia, se convierte en una victoria feliz. Llorar de pena en lugar de hacerlo felicidad, ver solo el lado terrorífico y no quitarse en disfraz de adulto es negar el título de la película, su propósito y el de la propia vida y su belleza.
Más allá de las siete nominaciones al Oscar (película, película de habla no inglesa, director, guión, actor, banda sonora y montaje), sus tres estatuillas (película de habla no inglesa, actor y banda sonora) y otros alegres reconocimientos (David di Donatello, Goya, BAFTA, Cesar, Premios del Cine Europeo, Cannes, Toronto…), está el rastro que deja y que deberíamos llevar eternamente con nosotros como una sombra, bien pegadito a nuestros pies, para que no lo olvidemos. Que deberíamos silbar cada día al levantarnos, como la música de Nicola Piovani, gran contribución a ese sueño infantil, sueño universal por derecho propio si se quiere ser feliz. Que deberíamos, sin duda, vivir cada día.
Es lo que tiene el cine. En El día que el payaso lloró (1972) otro cómico, Jerry Lewis, intentó contarnos (no llegó a terminarse) que se puede reír hasta el final, aunque tras su puerta se huela el gas de las duchas. Benigni, años más tarde, pudo al fin demostrarlo. Y de qué manera. El niño del pijama de rayas (Mark Herman, 2008) volvió a probar el poder de la imaginación. De forma un poco diferente, pero igual de mágica, vimos la ilusión en Little boy (Alejandro Monteverde, 2014). Una ilusión cuyo rango se extiende más allá del terror de la guerra, como nos enseñó Will Smith en En busca de la felicidad (Gabriele Muccino. 2006). No hay excusas. Búscala porque está dentro. No es algo que solo pase en las películas. Aunque estas pueden ayudarnos a encontrarla: "!Buenos días princesa!"
Valoración: 9 / 10
LA VIDA ES BELLA, “LA VITA É BELLA” (1999)
Director: Roberto Benigni
Reparto: Roberto Benigni, Nicoletta Braschi, Giorgio Cantarini, Marisa Paredes, Giustino Durano, Horst Buchholz, Sergio Bini Bustric
Género: Drama, bélico.
Duración: 117 min.
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